Nápoles 1944 – Norman Lewis

En la primera semana de enero de 1944 varios miembros del servicio de inteligencia británico en Napoles recibieron un curioso encargo: buscar por toda la ciudad a las prostitutas más atractivas. En esas fechas los Aliados habían quedado bloqueados por la línea Gustav y buscaban cualquier manera de hundir la moral del norte todavía controlado por los alemanes. Los datos que se conocían indicaban que a cada lado del frente existía una considerable diferencia sobre lo extendidas que estaban las enfermedades de transmisión sexual entre la población. En el norte, donde se castigaba con una año de reclusión a quien transmitiera la sífilis a otra persona y los médicos alemanes mantenían un estricto control sanitario en los burdeles, la incidencia de las ETS era muy baja. Sin embargo en el sur con la llegada de las tropas norteamericanas la enfermedad se había descontrolado. Los mandos consideraban que el principal factor de contagio, las prostitutas, formaban parte de un plan organizado por el Eje para incapacitar a los soldados aliados y decidieron pagarles con la misma moneda. El plan comenzó con una gran redada en la que sólo se detuvieron a las jóvenes y atractivas. A continuación el personal médico las revisó y escogió a veinte de ellas, aquellas que padecían una forma de sífilis especialmente virulenta e incurable pero que no mostraban ningún signo exterior de infección.

A estas agentes las llevaron a la villa del Vomero donde las mimaron con comida, todo el pan blanco y espaguetis que quisieran, y paseos por Capri. Mientras tanto los médicos no hacían nada por curarlas y sólo se preocupaban de evitar que les salieran chancros antiestéticos. Entonces llegó el momento de explicarles lo que querían de ellas y empezó el problema. La idea de pasar a territorio alemán las aterraba, fuera cual fuera el incentivo económico sabía que el dinero no les iba a durar mucho en el Norte donde les sería muy difícil ganarse la vida. Además algunas de ellas tenían chulos y no soportaban la idea de separarse de ellos. Quizá si toda la resistencia la opusieran ellas la misión se hubiera llevado a cabo de todas formas pero los proxenetas comenzaron a presionar al Gobierno Militar Aliado de los Territorio Ocupados. Ellos disponían de dinero y contactos así que la idea de enviar a veinte atractivas napolitanas a extender la sífilis por el norte se olvidó como muchos otros planes disparatados.

La historia está sacada de una entrada del diario de Norman Lewis Nápoles 1944 que cuenta sus andanzas como oficial del Servicio de Inteligencia en esa ciudad. En el diario lo vemos ocuparse de las tareas más dispares: elaborar una lista de las personas que colaboraron con la Italia Fascista; recoger todas las informaciones de los colaboradores; investigar el mercado negro controlado por la mafia italoamericana; descubrir el pasado de las napolitanas que pretenden casarse con los soldados norteamericanos y elaborar un informe que permita, o impida, la boda; descubrir el origen de los rumores; hacer de traductor en los tratos, bastante francos, entre oficiales y lugareñas… En estas misiones se relacionará tanto con el avvocatto o dottore consumido por el hambre pero con las finas maneras intactas, con los inteligentes scugnizzi o niños de la calle y con los barones del mercado negro.

Yo había llegado a admirar tanto la cultura y la humanidad de los italianos en los años que llevaba allí, que me daba cuenta de que si me dieran la oportunidad de volver a nacer y de elegir el país en que quería hacerlo, elegiría Italia.

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