Era un dicho popular que cuando el jurado no mira al acusado es porque va a pronunciar veredicto de culpabilidad, pero él sabía que ningún jurado miraba al acusado al regresar a la sala. Independientemente del veredicto, había algo en cierto modo ignominioso en juzgar a un semejante.
Incluso en sus años mozos, Bennett nunca se había sentido cómodo con adolescentes, consecuencia natural de tener una hermana tres años mayor que él cuyas amigas le consideraban un entretenimiento a su medida y algo más tarde como un magnífico terrero de experimentación para los trucos y encantos que pensaban poner en práctica con objetivos más ambiciosos; en ocasiones le habían hecho sentirse como el equivalente humano de las ruedecillas auxiliares de la primera bicicleta infantil. La única ventaja que había extraído de aquella experiencia era el saber discernir cuándo mentían las quinceañeras, algo que casi ningún hombre es capaz.
Desplegó despacio el mapa del servicio estatal de cartografía e intentó verlo con los ojos de alguien que ha decidido huir; o de alguien que ha decidido matar a una persona.